VOLAR En los aviones nunca rechazo un asiento próximo a la cola. Allí el despegue puede hacer subir tu estómago a la altura del diafragma, pero tienes una amplia visión de lo que ocurre a bordo. Ágiles desplazamientos de sobrecargos y azafatas, de pasajeros inquietos que se levantan para retirar algo de sus equipajes de mano, y de infatigables criaturas que sus padres dejan correr por los pasillos como si estuvieran en un parque de anchas avenidas. Cuando hace ya su buena cantidad de años hice mi primer vuelo, reparé en que las azafatas tenían algo de madres, de hermanas, y también de modelos. Hoy las cosas han cambiado, en cierta manera la admiración ha dejado paso a la compasión. Imagino que vuelan más horas de las debidas, que sus tiempos de descanso son mínimos, y que cuatro hacen el trabajo que deberían hacer seis. ¿Y qué me dicen de los momentos previos al embarque? Si consigues facturar el equipaje a tiempo, después de esperar en interminables colas, lo primero que encontrarás después de la policía internacional es un Duty Free, por donde estarás obligado a transitar. Pero ahí no acaba la cosa. Nada más subir al avión, una azafata te proporcionará alguno de esos odiosos formularios que debes rellenar durante el vuelo, pero lo extraño es que ahora te los entregan en unas pequeñas carpetas que hacen publicidad de una empresa de telefonía móvil, la misma que te está aguardando en la pantalla encendida frente a tu asiento. Y cuando el avión despegue y estés atento a que traigan algo de comer –aunque no sea más que una bolsita de manises o un sándwich endiabladamente frío que no sabe a nada–, las azafatas pondrán en movimiento el carrito de ventas a bordo y darán nuevo impulso a la manía del consumo. Pero no se crean, los pasajeros aportamos también lo nuestro. Hice recientemente un viaje a Panamá, y me sorprendió la cantidad de compatriotas que subían al avión cargados con productos típicos del país, los mismos que por unos pesos más se encuentran en cualquier supermercado nacional. Para acarrearlos utilizan grandes bolsos que tienen casi las dimensiones de un baúl, y como solamente está permitido subir a la cabina con un único bolso, hay quienes atan dos de ellos con cinta adhesiva y burlan la regla. De todos modos, no vayan ustedes a formarse una idea equivocada acerca de cuál es mi humor a bordo de los aviones. Es bueno, sereno, relajado. La verdad es que no lo paso del todo mal. Voy ahí leyendo, pensando, observando. Pero tengo claro que si pudiera elegir la música que se escucha durante el vuelo a través de los auriculares, no sería precisamente “Volare”, de mi admirado Domenico Modugno. (Adaptado de elmercurio.com. Chile)